Florencia, Italia. Principios del siglo XIV. Dante Alighieri empieza su Divina comedia con estos versos:
A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.
¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento!
Y un poco más adelante dice esto, que me parece crucial:
Yo no sé repetir cómo entré en ella
Dante no mira nunca hacia atrás. No sabemos cómo llegó, no sabemos ni siquiera quién era Dante. Solo sabemos que está ahí, en una selva oscura y que está a punto de emprender un viaje para atravesar el infierno.
Toda la Divina comedia es una huida hacia adelante. Lo que sabemos del pasado, lo sabemos por cómo describe cada una de las cosas con las que se encuentra.
Más avanza, más dejamos los pecados para entrar al reino del amor.
En unas semanas voy a retomar esa frase.
Ahora volvamos al presente, a Mi abandono.
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Antes me gustaría aclarar algo. Sí, se trata de una historia inspirada en un hecho real. Una noticia que en 2004 circuló en todos los portales de Portland, Oregon: un padre y su hija vivieron en el medio del bosque, en Forest Park, durante cuatro años. Fueron encontrados de casualidad por un hombre australiano que estaba corriendo en uno de los senderos. Peter Rock tomó esto como punto de partida para escribir su novela. Y sí, hasta hay una película. Pero les propongo que dejemos eso de lado. Guárdenlo en algún lugar de sus cabezas en donde la maquinaria de la imaginación no llegue.
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Entramos a Mi abandono como Dante a la selva oscura: basta leer las primeras líneas para estar ahí.
Tampoco sabemos el pasado de los protagonistas. Lo iremos descubriendo a medida que ellos sigan avanzando.
Uno de los hallazgos de Peter Rock es haber elegido la voz de la infancia. Vemos el mundo como lo ve una niña de trece años. Un mundo que conocemos y desconocemos al mismo tiempo.
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Cuando era chico e iba de campamento siempre me fascinaba cómo cambiaba todo por la noche. El mismo lugar en donde habíamos estado juntando leña dejaba de existir cuando nos sentábamos junto al fogón. Ahí donde el fuego no llega, el mundo no existe. Toda la atención está puesta en lo que se dice. En lo que se nombra.
Creo que por eso funciona tan bien ese tono en que está escrita la novela. La narradora nos habla y es como si la estuviéramos escuchando al lado nuestro. Es la claridad de una voz en un bosque oscuro.
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Por último quería comentarles algo que me pasó cuando empecé a leer el libro.
Concretamente la segunda vez que lo agarré, después de un rato de haber interrumpido la lectura. No sé si a alguien más le habrá pasado algo similar.
Retomé lo que estaba leyendo pensando “pero yo ya estuve acá”. Quiero decir, no que estaba leyendo dos veces lo mismo, sino la sensación de haber entrado hacía unos segundos a ese bosque de noche. De haber visto lo que me estaban describiendo.
Y ahí me di cuenta de algo. La tapa, la hoja negra del comienzo (la noche), las plantas, los insectos, las flores… todo lo que está al comienzo del libro reproduce esa sensación de adentrarse al bosque. Si no lo hicieron, les sugiero que tomen el libro y pasen una a una las hojas, sin saltear ninguna de las del principio.
Para los que todavía no consiguieron el libro, me refiero a esto: