Por otra parte, la implementación de esta modalidad virtual puede implicar la vulneración de derechos de la docencia, tanto por las condiciones socio-económicas del aislamiento al cual estamos sometidos, o porque el tránsito abrupto de la modalidad presencial a la virtual exige medios y nuevos saberes que en muchos casos no se cuentan, la sobrecarga de trabajo entre otras causales. Tampoco se debe perder de vista que miles de estudiantes pueden quedar fuera de la enseñanza por no tener las condiciones mínimas de estudio en sus hogares sometidos con toda la familia a las condiciones de aislamiento. A todo ello, debemos sumarles la “conectividad”.
En este sentido, y en función de las asimetrías y desigualdades que existen tanto en la docencia como en el estudiantado, trasladar mecánicamente el cursado del cuatrimestre a la modalidad virtual, sin contemplar las condiciones sociales y psicológicas de los distintos actores involucrados y sus entornos, continuar con esa inercia, incrementa la brecha de desigualdad, incertidumbre y complejidad en la que ya estamos inmersos.
Si las prácticas educativas dependen ahora de equipamientos y de un servicio de internet que no es público, sino privado, y que no está financiado por la Universidad, el carácter público de la educación se deteriora. Un sector no menor del estudiantado no tiene acceso a computadoras ni a internet en sus domicilios. Digámoslo con la claridad necesaria: la educación en tiempos de pandemia no es plenamente pública, gratuita y no es de igual calidad a la educación tradicional. Además, observamos que existen, en la universidad, posiciones y actores que están buscando naturalizar estas prácticas, que pueden tener algún sentido en esta coyuntura, pero que si perduran en el tiempo pueden ser peligrosas para nuestros derechos laborales y que, como advertimos, erosionan el carácter público de la educación y su calidad
Como vemos, son varios los temas relacionados con la virtualidad que preocupan a los/as docentes de diferentes unidades académicas y colegios y uno de ellos, quizás el más urgente, es el de las mesas de examen. Este tema pone de manifiesto, en primer lugar, las contradicciones y tensiones que se ponen en debate. Por un lado, la voluntad de no perjudicar a quienes quieren rendir, por el otro las imposibilidades técnicas y económicas para hacerlo, la profundización de las desigualdades ya existentes o el debate pedagógico acerca de la naturaleza de una evaluación en este momento, sin excluir otros argumentos. Estas discusiones atraviesan a todos los claustros y no hay posiciones unánimes en ninguno de ellos.
La universidad tiene muchas formas de evaluación, pero la mayoría de ellas no serían adecuadas o “sanas” de implementar en contexto de pandemia. Algunos elementos para considerar están relacionados con cómo no perjudicar a quienes quieren ser evaluados y acreditar el esfuerzo realizado durante este periodo de estudio. No obstante ello, aquello que puede esperar debería posponerse para priorizar la preservación de la salud integral. Estamos convencidos que el esfuerzo que se viene realizando tiene un gran valor. La evaluación como devolución que motive el aprendizaje, también llamada “formativa” sería parcial, pero menos dañina. Pero la mayoría de las evaluaciones para acreditar, las “sumativas” serían pobres y peligrosos simulacros.
Ni la parálisis ni la inercia continuista y acrítica, el seguir como si nada, son actitudes saludables, en términos políticos, gremiales y pedagógicos. Las/os invitamos a que sigamos pensando y haciendo cosas con sensibilidad y con los ojos bien abiertos respecto de todo lo que emerge en esta época.
Se debe pensar esta “educación en tiempos de pandemia”, explorando estrategias de solidaridad y desde un criterio de educación para todos/as y no desde un "sálvese quien pueda" o “a mí esto me viene bien”. Es momento de detenernos y analizar, colectivamente, la situación, pues no se puede apelar sólo a la buena voluntad y vocación de docentes y estudiantes para resolver una situación que requiere para su abordaje de acuerdos y reflexiones previas.
Apostamos a que, en esta situación de emergencia, la Universidad reconozca y responda a las necesidades de su comunidad educativa. Entre estas necesidades se cuenta la continuación de los estudios, pero hay que resistir la mera inercia continuista de los programas y los indicadores de logro y re-situar las prácticas educativas en el nuevo contexto, resignificando las banderas históricas de una educación pública, laica, gratuita y de calidad. Tarea que nos incluye y compromete al conjunto de la comunidad universitaria.